Sabores distintos.




Con una campanita en su mano izquierda y la nevera en su derecha, Miriam salió por las calles del barrio a buscársela. De los momentos más difíciles suelen salir las ideas más álgidas.


Sin perder, la esperanza Miriam trataba de generar capacidades para agenciarse sus vainas: “tenía que echar pal ´ante como sea, sin hacer lo malo”.


Aguacate,

Yautía

Auyama, leche...


Sabores distintos, sabores frescos para el caluroso estar, en el barrio de los obreros, la zona industrial; espacio de todos, franja de nadie.


Bulla,

Industrias,

Vecinos,

Cocinas móviles,

Casas.


El revoltillo en las calles, las esquinas alborotadas y Miriam imaginando, qué podía hacer para vivir sin emplearse, ni depender de jefes. Suficiente lo que había vivido ya.


Leche

Coco

Tamarindo.

Chinola.


Volver al punto de origen: la casa de los padres, con los niños, sin trabajo, su suerte y los compromisos que a lo largo del camino fue adquiriendo.


Eran tiempos difíciles: de búsqueda, de rupturas, también de concreción de cosas, a Miriam le urgía demostrar que podía sobrevivir: sin mandatos, con sus propias leyes y ser feliz.


Hay una algarabía que ronda las calles de la ciudadela, un estrepitoso fluir, estruendo habitual, que pone de manifiesto el alboroto que puede ser la existencia, al calor de todo esto Miriam tomó la clave.


Un día de aquellos dejó de recorrer la barriada con la nevera en mano, se instaló en medio del camino de los trabajadores de las telefónicas, diurna, al lado del ir y venir de los transeúntes, en el vértice de la calle, caliente.


Desde allí sigue construyendo sus utopías y mitigando el calor de los de paso, los ordinarios, los cotidianos.

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