La penitencia de Rogelio
Eloisa Ibarra |
Vestido de yute.
Rogelio iba con ropa de yute: como penitencia por un pecado que no cometió.
Rogelio iba con ropa de yute: como penitencia por un pecado que no cometió.
Con una indumentaria de yute para expiar la culpa.
Días antes había vendido una cuartilla de
clerén al desparecido Honorio Sena.
Un pecado endilgado por otros, dedos que señalaban, bocas que susurraban y clientes que no
compraban.
“El que esté libre de pecado que tire la primera
piedra decía Remigia”.
El cambronal quebró, a raíz de una cuartilla de
clerén y una botella con raíces que estigmatizaron al hombre y su ventorrillo.
En el candente sol y el insoportable
ardor de una zona desértica, Rogelio trataba de mitigar la culpa
endosada por otros, con más dolor., con calor; fuego que purifique su alma.
“Yo no lo desaparecí, solo le vendí la clerén” gritaba a los cuatro vientos .
El dato
El rastro.
La señal: asumida como innegable,
Rogelio había cometido el crimen.
La gente lo señalaba. Las ánimas del purgatorio
amenazaban con materializarse y difundir la verdad.
Rogelio temía.
La botella de cambulé que echó raíces al
pie de la mata de Baitoa, provocó sobresalto, en un lugar donde no pasaba nada.
Desesperado vestido de yute hasta los
pies, Rogelio salió caminando de aquel lugar perdido del sur:
soporífero, aturdido, con miedo , para , la basílica a pedir alivio
a la virgen.
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